jueves, 27 de agosto de 2009

Septiembre 2009 - Caballo Bifronte (Edición Virtual)






CABALLO BIFRONTE - EPISODIO 1

“El que gobernaba los bosques era feroz,
era ferozmente multisexual, es decir,
reunía en sí mismo, muchísimos sexos,
y uno más”

Marosa di Giorgio

1-
Salí a cabalgar con traje rojo de emperatriz. Mi cabello y mi caballo eran míticos.
Alcancé el pabellón de las yeguas bisexuales de lengua bífida. Entre columnas de pórfido, una voz insidiosa.
-Son crestas de gallo. La tela se urdió con una masacre.
Así destrozaron mi inocencia en el siglo anterior.


2-
Algo sucede al nivel del parénquima de la ciudadela. El Barre Café es un espejo que la devora.
¿Alude lo escrito en una servilleta olvidada en un pocillo a la emboscada que un ejercito de caracoles telépatas trama contra Maximiliano?
Oscuro asciende el deleite por el papel esponjoso y deslee los caracteres cirílicos..
Despertarán las nubes cuajadas de estigmas y sobrevendrán.
Xelenis y Smeg se abalanzan sobre el presagio. Eructarán fantasmas.



3-
Su nieta parecía haber emergido de una lluviosa profundidad, luchado contra curiosos elementos, para alcanzarla en el lecho, que había decidido no abandonar hasta el fin. Debió ser su último otoño, porque había registrado estertores en los árboles del jardín y ese recuerdo aún le dolía.
Pese a la vejez, pudo sostener a la niña en sus brazos. Llevaba tan poco tiempo de nacida, que era una fragancia y algunos colores, más que un bebé.
Las otras mujeres de la casa se acercaron al cuarto y entre todas conversaron. Después la niña emitió un quejumbroso mantra, decodificado por la madre, que lo tradujo en el acto de darle el pecho.
Ser la bisabuela de Justina y morir un mes después de la única ocasión en que habían estado juntas no había servido de mucho. Elle no tendría ni siquiera el estatuto de recuerdo. Sería apenas una anécdota sobre el roce de dos puntas de una cadena generacional.
En el no-tiempo, Elle burbujeó en un espiral de rosada desorientación, que la condujo a la posibilidad de reencarnar.....otra falacia.
¿Con qué destello explicarle a Justina que en aquel batallón de arañitas recién nacidas que se desprendió de un manzano sobre su desnudo hombro izquierdo, venía un ser dispuesto a alumbrarla? Su terror de nena de diez años activó los manotazos y la minúscula masacre.
Estaba claro: a Elle le hubiera convenido entrar en el árbol.



4-
Desde el balcón, Justina vió que una gárgola de la catedral tragaba la alabanza del último creyente de la noche.
Cassia le alcanzó un vaso de agua y una cápsula, que apenas atravesó su garganta le devolvió la limpidez de la esclerótica derecha.
-Justina...
-Ningún monólogo, por favor.
Un helicóptero atrajo su atención. Siguió su vuelo hasta que se perdió tras una hilera de álamos...que culminaba junto al Barre Café. Smeg y Xelenis estarían allí, transformando el enojo en aserrín.
-Voy a salir- decidió, desoyendo el temor de Cassia a que sus ojos volvieran a enturbiarse.

5-
Xelenis ignora lo que provoca en Maximiliano, ese oscuro pozo de impotencia. Y decide esperar sin urgencia a que Justina llegue al bar.

6-
Dió vueltas varias veces antes de detenerse en el banco que estaba junto al pabellón. Sabía que no quería hablar, que era interrumpir el tiempo. Pero estaban allí
Smeg miró las baldosas sin detenerse en ninguna
-Entonces...
Se oyó desde lejos el ruido que precedía a la alarma. Supieron que debían irse. Otra irresolución. La clave no estaba allí, pero no dijeron nada.
Cambió el color de sus ojos, voluntariamente. Sus deseos no se cumplirían hasta que alguien se atreviese a ordenar el documento, nadie cree en el olvido: ese inmaterial recurso de los humanos.

7-
El esfuerzo por emerger de un escándalo, había carcomido el espíritu de Cassia. Pretendió defenderse, tendiendo un alambrado en torno al bloque oscuro de su ser. El encierro la empujó a la soledad y a la incertidumbre.
Sus manos intentaron despejar la rosada anhedonia que había fosilizado la resina de la ductilidad.
Insatisfecha, la hambruna convirtió sus dedos en pinzas que cortaron el cerco.
Se entregó, ciega, a un hombre con aspecto de monarca, para abandonar su cama decepcionada.
Su vida se iba acumulando a sus pies, como desechadas diapositivas en las que invariablemente aparecía negra de vergüenza.
Tardíamente, las encrucijadas la pusieron frente a Justina. Ambas buscaban desentrañar un misterio, inseguras de que el misterio realmente existiese.
¿Estaría las respuesta compilada en un libro viejísimo, en el acierto de un clarividente ciego, en algún celeste inalcanzable para la conciencia?
Se aferró a Justina, que en los momentos de mayor virulencia, se transformaba en un monstruo desgarrador.
Cassia vendaba las mordeduras que recibía y callaba. Sus lágrimas lubricaban las piedras del dolor. Se había instalado en un templo profanado a la espera de un ser que quizás debía reencarnarse para encajar en el espacio vacío de rompecabezas y obturar ese movimiento sin pausa, que algunos llaman la búsqueda del sentido.

8-
Uvano acercó su miopía a las lentes y sin dejar de corregirse, dejó los pinceles con la misma expresión con que un árbitro da por concluido el tiempo de juego.
Durante años había realizado retratos y sólo fue reconocido cuando pintó las piernas de Smeg asomando con extraña delicadeza de un marco. Lo tituló “La ventana como espacio entre la luz y la sombra”
Recordó la vida en Diamante, los tonos de la Capilla Sixtina.
Cada vez que observaba su propio cuadro lo asociaba con un sentimiento neutro: la eterna duda.¿Habrá existido su hermanastra?
Alejó con un gesto de renuncia este pensamiento y mordiendo los lápices contempló, ajeno a todo humanismo, cómo resolvió, en breves trazos, insinuar esas piernas. Del resto, un susurrro de viento quedaba adormecido en el espacio de la sombra. Uvano valoró con excelencia su propio proyecto.
El resultado de los encuentros taciturnos y obscenos con Smeg quedaban reducidos a tres colores – habiendo desechado el azul con culpa y satisfacción – y una obra premiada.
El atardecer estaba manchado con tonos de frutas y olor a iglesia. Como una diáspora llegó la voz de Justina desde el contestador. Se sentía bajo su férula. No la atendería.
Caminó agazapado por el atelier esquivando la magnífica flora de óleos y pinceles. La lagartija atravesó insomne las baldosas manchadas. Tuvo miedo y frío.


9-
La pena de Cassia es un goteo que estorba demasiadas veces a Justina, ya no trata de estimularla ni consolarla; simplemente la obviedad se transforma en parte del vestuario cotidiano; piensa y observa con sarcasmo.
Está molesta porque ha sido testigo de que Uvano no atendiera su mensaje. Será su secreto.
Como una atardecida resurrección tímidamente evoca a Maximiliano; el hombre que logró impactarla y también la llenó de un gozoso espanto.
En suma, después de mucho cavilar, Cassia emborrachada en sentimientos contradictorios y plenos, decide hablar con Justina. Aún temiendo que un indiscreto resentimiento se instale a compartir su estratégica amistad.


10-
Smeg abrigaba una llamarada metálica: la palabra que serviría para iniciar la conversación se agitaba como un péndulo en su garganta. Sus labios no tenían la sabiduría de un malabarista que puede jugar con un zueco y una media, enviándolos al aire y volviéndolos a atrapar. Sus labios retenían las palabras por miedo a que se cayeran.
A Smeg le hubiera gustado decir algo ligero pero brillante. Como si su boca supiera destilar un rayo solar. Habría estado muy bien una fábula paradojal o una teoría molecular simplificada para su divulgación.
-Veo que ya no te separás de esa carpeta- dijo finalmente, para lamentarlo de inmediato. Había comenzado por lo que debía evitar.
Xelenis se sacó un guante con la morosidad de una hormiga al pronunciar el nombre del sol.
-Soy un indigente, Smeg. Mi mundo se reduce a algo portátil. Esta carpeta es mi río y mi camino. La historia de mi vida en un solo tomo. El único lugar en el que puedo colocar mi alegría y mi dolor.¿Cómo escapar de esta ilación?
Smeg había tenido la opción de hablar primero. Sus palabras se habían arrojado hacia el tema en cuestión y de algún modo eso era bueno. ¿Para qué obcecarse en un eterno dilatar?
Los daguerrotipos que decoraban el Barre Café emitían una fluorescencia herida. Xelenis les dio un rápido vistazo, dejando la lentitud para sacarse el otro guante.
-Hay algo nuevo en mi carpeta-agregó-Mirá-Con sus dedos coronados por larguísimas uñas, extrajo una hoja de dibujo. Había logrado pergeñar con el ahumado entorno de una ciudadela, el esbozo de un caballo bifronte, de indudable alma especular.
Smeg sólo atinó a contestar:
-En la obra artística lograda está el castigo del autor.
-Un cuadro propio nos dispara con armas de grueso calibre
Xelenis se sonrojó. La única huída posible fue decir:-Me muero de ganas de fumar.¿Trajiste cigarrillos?




11-

¿Un día clave?¿Un sentimiento zoofílico?¿Una perturbación desconocida, insípida?
Cassia revisa su expresión en los tres espejos, acomoda la caléndula y sale rumbo al Barre Café. Sabe que con gesto de olvido saludará a los pálidos y azules parroquianos, casi esquivando y acentuando el encuentro.¿Smeg, Xelenis, estarán cerca de la ventana?
Ignorará los espacios comunes.
Simplemente el equilibrado gesto de cordialidad le recuerda que Justina está en la mesa con un heliotropo violeta.
Por la ventana ve caer las dos estrellas rosas de mediados de mayo. Confía en el ancestral augurio y se relaja.
Cassia , con un gesto augusto, intenta la dulzura. Toman té de nepentas.
-No es bueno justificarme así que exijo tu comprensión.
-O sea que rechazás la flor.
-Como devota de la inefable religión y de sus misterios me acerqué a Maximiliano para llegar a conocer lo que esconde.



12-
Maximiliano continuaba su camino de regreso. Bordeando el paredón que podía esquivar para no encontrarse con esa informe calvicie azul.
La rutina sería fatal si no fuese por esa propensión a inventariar permanentemente cada nueva imagen: estatuas sin valor, un cielo de buriel para su romanticismo, sílfides de telgopor en las piscinas, algunos plantines de asfixia.
Sólo por encontrarse con Justina cada tarde repetía la mentira de andar por los trenzados laberintos de la periferia.
Pocas veces, recordaba lo fatal de su destino. Pero no iría a perderla. Comenzaría ahora su pasión por el bar donde se habrían conocido, no sin maldad y con un ardor semejante a la lujuria que no se puede dejar de esconder.
El escritor había dicho que hasta caer de viejos llevamos dentro un adolescente sentimental y él, Maximiliano, adhirió a ese concepto. Sin embargo, pasado el primer tiempo, no era valor lo que necesitaba. Justina se había convertido en una manía donde cazador y cazado se simbiotizan en una mueca única.
Había visto esos rostros inexpresivos en algún monumento egipcio y se le trepaban en el sueño donde ellos yacían con Justina. Juego perverso que no quería recordar

13-
Semejante a un tic del cual no pudiera desprenderse Justina se asoma a la ventana. En este caso observa la cisterna del laboratorio; el sumidero relleno con bloques de piedra. Alguien ha plantado césped. Evoca a su padre , llegado de Cister. Automáticamente se aleja de allí. Puede abstraer casi todo según su voluntad, salvo el aroma a pedernales, pero ya ha entregado los recuerdos más importantes. Suena la alarma. Justina cambia de habitación, ahora debe abordar la siguiente. El papel cae.

14-
Racimos de soles convocan al calor.
Araceli atisba por el ventanal la llegada de un heraldo del tiempo.
Aromas de flúor y sándalo imantan la ciénaga, cercana pero invisible. Un esfuerzo arbóreo destruye el empedrado.
Araceli asiste hipnotizada a la performance de un grupo de hechiceros que arrancan la piel de los rayos del sol. Entre los fulgores se filtra la imagen de Uvano, su hermanastro, cuyos rasgos adultos le resultan amados, pero ininteligibles.

15-
El esqueleto, que puede ser masculino o femenino, representa el cambio del presente, grávido de acontecimientos futuros. Esta destrucción significa una transformación donde Xelenis podrá optar por otra elección, una vastedad de abismos, insinuará Justina.
¿Quién le ha prometido la fatal inmortalidad?


16-
Un país bárbaro, distante de nuestra solemne cultura, pero inexorablemente teñido por ésta durante su conquista, la retahíla de recuerdos de la experiencia vivida en el taller de Xelenis se aloja en la memoria de Justina.
El diestro chirrido del pincel intentaba capturarla, presa en aquel raro albornoz amarillo (que un aciago accidente en la manipulación de un colorante verde, había poblado de lunares, devenidos pústulas que corroyeron la tela).
Detrás de los pequeños y elegantes anteojos, se instauraba una volátil figuración, la subjetiva teoría de ordenamiento del caos que Xelenis quería imprimir a las formas.
Smeg estaba allí. Surgió entre pesadas cortinas con una bandeja y tres pocillos humeantes.
-Colaboración de la cafeína con el arte. Si no restaura el ánimo, la arrojamos sobre la tela.
Xelenis dió muestra de una inesperada propensión al enigma de la sonrisa.
Qué perverso estimulante de la lucidez de los sentidos contenía aquel brebaje, Justina no lo supo nunca.
Con el último trago sintió la eufórica caricia del pincel por debajo de la bata.
¿Xelenis?¿Smeg?¿Ambos?¿Ninguno?
A los pinceles se sumaron las manos.¿También los sexos? De tenerlo, ¿cuál portaban Xelenis y Smeg?
El cuerpo de Justina se zambulló en las sensaciones, activada su piel, sus manos inquietas, las piernas agitadas por el estruendo de los espasmos.
Se sirvió de los cuerpos (del propio, de los ajenos) como lo había hecho de incontables bandejas en las incontables fiestas de su vida. Las texturas eran diversas: gelatina, porcelana, organza. La saciedad abrió un paréntesis cuyo cierre la encontró en su cama. La habían transportado con un arte calificable, al menos, como maligno.
Enrarecida, alcanzó el grifo del lavatorio del baño (no pudo recordar la mezcla que componía al ser mitológico, pero aceptó que un torrente que la despejara sólo podía venir de un donante mágico) Se enjuagó la boca, que el agua desalojaba teñida de oscuro. ¿Acaso el surtidor estaba contaminado? No, era el detritus que había dejado la celebración en su lengua, el líquido fluía cristalino de su fuente.
Entonces se buscó en el espejo. La escleróticas estaban turbias (un oftalmólogo diagnosticó una rarísima enfermedad, mitigada por recetas magistrales, la farmacéutica no gastaba dinero en elaborar algo tan específico que no consumiría casi nadie).
Se había adentrado en el mar del goce y había naufragado. Desde su playa desierta vió pasar la satisfacción como a un cometa burlón.
El placer abrió las puertas de la complicidad y borró cualquier incriminación por abuso.
Dispuesta a pagar la repetición con el castigo y el dolor, la condena era la certeza de que aquella escena era irrecuperable



17-
Había decidido no reencarnar por eso construyó sin tristezas un espacio con todos los detalles que iría inventando.
Claramente, Elle tomó conciencia de su condición cuando reconoció en la suya la expresión de pavor de Justina. Este descubrimiento la aletargó.
Lo había leído en el libro donde nada se ve, sin embargo se intuyen los argumentos, los temblores y el placer.
Un secreto jamás se revelaría.
La simple dulzura de no tener destino la hizo andar mas rápido, acomodar nuevamente el tesoro entre los helechos, olvidarse si alguna vez tuvo cejas.
Elle flotaba entre arquitectónicos aforismos, quizás aprendió a recitar de memoria cada historia que abandonaba como en una infusión de amapolas.
En silencio destiñó lo que podría ser su futura senda. Elle observó como Justina movía los dedos.
Estaba claro que habían pasado varias festividades y que Xelenis nunca sería un lacayo.
Como aquellas esponjas de porcelana (el susurro tenue de un flamenco)que se utilizan para filtrar virus, nuestra alma en el mejor de los casos recogerá la luz principal.
“Es, al luchar contra la inercia del cuerpo y el sueño del alma, donde se puede construir una contravida”.
Elle le hizo un gesto cotidiano al amaranto, pronunció sencillísimas palabras en copto y se echó a dormir.
Despertó monologando:”¿Cómo se puede vivir en el corazón de un malentendido tan grande que todo lo que nos rodea es irrealidad?
No comprenden que son ellos los fantasmas de lo que ilusionamos.”
Acusaba un lustro en silencio.







CABALLO BIFRONTE EPISODIO 2

“Cualquier cosa y cualquier ser es el resultado de un malentendido cósmico”
J. Lacarriere.


1-
Cayó Una onomatopeya adormecida contra el paredón. Clepsidra había decidido abrir el cuaderno forrado de peces.
Cuando se la acusó de uranismo (como lo hizo el antes el doctor en esa otra encarnación de encajes y sexo prófugo, también). El anonimato andrógino la familiarizaba con Smeg y Xelenis.
Después el ocaso verde tomó el agua del minutero. Tembló. En el baldaquín de sedan estaba la perdida epístola disgregada entre los miembros marmóreos que Al negaba.
Hirsuta voluntad: no se atrevía. Lloró, lloró un rosario de aljabas rojas. También lloró como Clepsidra: la música siempre cambia el cielo.


2-
Maximiliano sabe que su inocencia es una llamarada de agua y enciende los candelabros sólo para sí.
Su masculinidad resulta inoportuna. De posesión y espanto cierra las ventanas.
Justina es una ausencia de lentejuelas, de esmalte perdido.


3-
Elle lo tenía claro. Con la pertinacia de una lagartija que se arrastra por grietas milenarias, con el odio de un perro bajo el manto del sol invernal, con la constancia de quien resuelve crucigramas, con banderas flameando a media asta en un cielo antropomórfico, el ojo la perseguiría siempre.
El portal había augurado fortuna y había fracasado. Elle jamás lo atravesaría . Había que resignarse a la dádiva de una reverberación exterior, una verde atmósfera, el reflejo casi invisible de una mano que nunca tocaría el picaporte.
¿De qué lugar del mundo podría llegar una carta con noticias salvadoras?¿Cómo sería el rostro del mensajero que la deslizase por la ranura de la puerta?¿Qué cisne vislumbrado estiraría el cuello para espiar sobre su hombro la caligrafía sinuosa, la sintaxis impecable?
¿Será el ojo el único dador de vida, el director de la escritura? Sus designios no bordarían papel alguno, se disolverían en los sueños, haciéndose sueños ellos también, un giro sorprendente en la ruleta mántica.
Elle suspiró descontenta. Guardiana de viejas sombras, acosada por sus presas, alborotada por lejanas ramas con las que el viento astillaba su rostro poblado de diminutos cánticos, aferró las llaves de su prisión.
La clave para salir de un laberinto cabía en una sola frase. Bastaba un poeta para decirla. Pero había una conjura en el silencio de los muertos, de la que sólo hallaría consuelo en el hecho de que los vivos hablaran demasiado.
Todo esto, para Elle, estaba claro.



4-
Clepsidra atiende las explicaciones del mercader de sedas y pedrerías. Habla tan mal el idioma en que pudieron encontrarse, que sobre cada palabra se tiende el mantón del múltiple significado.
Clepsidra se pierde por los derroteros de la sed.
En el salón de espejos, mil y un extranjeros hablan con mujeres apasionadas que desconfían.
La llegada de Justina rompe la limpidez tornasolada. Sus ojos enfermos son joyas revoltosas que no están a la venta. Justina lleva un sombrero inexplicable y Clepsidra casi se ríe. A Justina el gesto no le pasa desapercibido. Tampoco le disgusta.
Las mujeres se miran para eclipsar al mercader, que olvidado, se transmuta en hexagrama cómplice, sobre el mejor de sus paños.

5-
Xelenis baja los escalones de la catedral sospechando que no va a santiguarse y sabiendo que acaba de presenciar una escena robada .
Los vitraux le entregan lágrimas de verdemiel que alguien ha llorado.
Un balbuceo sordo queda nada más de aquello; ese espacio sacrílego e irrepetible.
Si la mirada es el acto más solitario-piensa- acaba de copular con su soledad y el rocío sin calor de la escarcha.
Cuenta veinte pasos y dobla: entre la línea de la vida y el monte de Júpiter le cuelga una palabra que olvidó enterrar. Una palabra que no pierde porque va prendida de su dedo índice.
Recuerda que soñó con una casa construida en hierro debajo de una escalera también de metal. Insistentemente rememora los detalles.
Camina, nada más.
Clepsidra atraviesa la plaza recogiendo las gotas que sobraron de la misa.
Clepsidra emerge fluvial como ninguna otra mujer lo haría, y al ignorarlo seduce con sus acuosos ojos que semejan un apócrifo llanto porque ella sólo se emociona con el mandala que guarda en los pliegues de la túnica.
¿Habían robado los escaramujos donados a la catedral? De ser así, ¿aún se alimentaban de ellos?
Sabe que tiene que encontrar la pared de mármol con figuras devorándose.
Xelenis lleva un tiempo arduo y pétreo, observándola, convirtiéndose a veces en fotógeno, mimetizándose con los hongos y produciendo una luz, para que Clepsidra no lo ignore....
Ambos se difuman en la plaza del Eléboro.


6-
Con la vehemencia de un coatí enloquecido de hambre, Al hurga en la geoda atiborrada de espejismos. Sabe que la mujer profunda asaltará el baúl de ensueños y devorará olvidos.
El aviso lo ha dado la campana que se agita mientras los prelados cometen sus licencias, mientras un impuntual monaguillo se pierde en la desmemoriada persecución de un rito intranquilizador.
Todos acuden a su talismán. El cardenal confía sólo en rubíes que provocaron la fiebre y la guerra. La viuda se persigna de encaje negro, soliviantada de perversa felicidad. Al tiene un retrato de Elle, sobado por transpiraciones y besos generacionales.
Los trabajos destinados a enjaular a la bella enjoyada se trastornan y caen en el olvido.

7-
El ojo flotó en el cortado con perfume a lavanda.
-Es el ojo para soñar- pensó Maximiliano al levantar el pocillo. El mensaje llegaba desde los gabinetes oníricos de la profundidad verde. Como un nuevo Dédalo, su destino era la encrucijada. Su travesía sobre fichas de nácar lo conducía a palabras dudosas. Los relinchos lo despertaron para confundirlo aún mas. Un halo equívoco borroneaba a la clientela . Por eso se sentaba siempre junto a la vidriera, para aferrarse a la velocidad de los autos, a ríspidos transeúntes, que obscenamente demostraban la obviedad del paso de las estaciones.
Coincidía a menudo con Smeg y Xelenis. Se saludaban con aspavientos pero sin atravesar la distancia entre sus mesas. No lo participaban de sus alquimias, de ese juego salvaje de armar y desarmar, de urdir, de intrigar, de confundir. Todos los pasos que daban eran inmediatamente anulados. No, esa plaza no tendía puentes a Maximiliano. Ni montado en un dragón abatiría los muros del feudo. Smeg y Xelenis resplandecían en su castillo (los mozos eran pájaros solícitos, ángeles ¿qué otra cosa sino un nido es pocillo de café?
El ojo acampanado para soñar se alzó hasta ponerse a su altura. Y habló. Por el sendero así abierto caminaron reptiles y mujeres enjoyadas (todos probablemente muertos en milenios anteriores) El recinto quedó desierto. La puerta se cerró y Maximiliano volvió a tener apenas una incógnita. En realidad, lo que podía ver era el exterior(que lo incluía) reflejado sobre vidrios biselados.


8-
Turgentes bocaditos de elipsis desbordan la fuentes en la fiesta inmaterial.
Elle dice:- Si. No. Claro.
El renacido cabello se engancha en las teclas de un armonio sobre el que la médium ha dejado la efigie de Némesis. Se rozan los dedos. Alguna de las dos piensa:- En el octaedro intermedio, la ciencia es confusa.
Una opalescencia se desliza hacia la multiplicación.


9-
-Desenvolvamos los caramelos de menta. Vamos, Cassia, podemos ser dos tontas o dos borrachas, y jugar al ultraje de todas las magnolias de la ciudad. Todo es efímero en la atmósfera de espejo verde y a nadie le importa. Estos caramelos son suntuosos, los perversos quedaron afuera, quemados debajo de las brújulas. Ahora nos sobrevuelan aves diurnas, que enuncian poemas. Sigamos las instrucciones, hagamos nacer efigies que derriben las puertas. Mezclémonos inútilmente, reforcemos nuestras diferencias para constituir el único ojo que ve en la oscuridad y lee los sueños a distancia. Ese puede ser nuestro exquisito destino, nuestra riqueza inagotable y desbordada. Abrevemos de los
pozos frescos o la perfección acabará por agotarnos. Hay música y rondas, el camino transitado es este mismo, en el que estamos. No esperemos más. Quisieron confundirnos con malas artes, pero al fin sucede lo inevitable. Y somos estas que ves, dos mujeres que enarbolan nácar y extenuación de amor. Los otros adjetivos han muerto. El césped es magnífico, será tan placentero descansar nuestros cuerpos en la mañana futura. Inmediatamente debemos desencadenar la historia y ocurrir. Llevo en mis bolsillos el talismán que nos protegerá de todo avatar. Nuestras muñecas intactas darán fe del acierto. Corramos Cassia. La felicidad es una cosa tan absurda, que sería una infamia desperdiciarla.




10-
Dos lagartos se despancijaron de risa, cuando Al cerró las ventanas. Un viento azul y cambiante atropelló sin esculcar lo que sucedía.
Recordó imágenes de pájaros y decidió festejar su cumpleaños con un hexagrama.
Sólo el retrato de Elle, salpicado de arañas diminutas y sonrientes, y las monedas no se inmutaron: la habitación cristalizó prismas de tonos esmeraldas.
La caída de los objetos no lo perturbó.
Abrió el libro de las mutaciones, espontáneamente envidió la rapidez del sinólogo, conocía la dificultad de interpretarse.
“Cielo y tierra cultivan su trato y unen sus efectos”...
Se sintió pedestre; aún la mujer estaba allí durmiendo con el rostro hacia la pared, una reina del mundo subterráneo.
Sabe que ella esculpe haikus sin discriminar la verdad de la falsificación.
Al enmudeció frente al paño de la mesa; la mujer se levantó sin sonrisas, con sed.
Se asomó a la ventana estrellada de gritos y lanzó las piedras hacia el parque.
Al no le alcanzó la jarra con agua y sonrió mientras disfrutaba del sonido metálico de las monedas.
Continuó leyendo húmedas líneas.


11-
Como estar hundido en el barro y disfrutar del lodo. Repentinamente poseer todos los deseos y entregas, como sufrir y gozar mientras el cuerpo se desintegra. Y no perder la conciencia de la caída y no poder evitar que sea cada vez y las piedras estallando sobre las vísceras y no perder la conciencia y pujar.
Como pensar desde las pantorrillas habiendo perdido los ojos, las uñas, el cabellos de hilos sucios.
Y levitar y caer y levitar verde y final.
Ser un malestar planetario y conocido, volver a estallar en luz y pantano sin dejar de trotar y andar.


12-
No hay tiempo esclava. Tu ventaja sobre los demás es el deseo. No hay duda, hay intención. Pagar el precio tendrá su efecto. Yo, tu señor, tengo entre mis dedos el aroma de la razón.
Habían pasado este mensaje por debajo de la puerta.
Otra vez los anónimos, pensó Justina.
La letra era inidentificable. ¿Xelenis?¿Uvano?¿Smeg?


13-
Smeg y Xelenis se tomaron las manos en la mesa del bar. Alrededor, galopaban enloquecidos los caballos bifrontes.
-Pongamos la palabra dedal en alguno de los versos- dijo Smeg, rapado, verde, reluciente. Su voz aceitada hurgó en la tacita proveniente de un misterio ancestral.
-No.
-¿Por?
-Te recuerdo que este es mi cuaderno. Acá se escribe lo que yo quiero y nada más.
El poema en común zozobraba en los atolones de la avaricia. En el gran vitral que daba a un patio interior, se detuvo un insecto acosado por el ambiguo esplendor de la luz. Era la estación durante la cual el sol se vuelve esfinge.
-Si no ponemos dedal, pongamos astilla.
Xelenis dibujó un círculo con un dedo y dio un golpe en el centro. Un ojo se abrió hacia el centro del mundo. Un telescopio hacia otro mundo.
Xelenis y Smeg miraron. Allá danzaba el saber, en torno de una begonia de luz ilimitada. La visión mas candorosa no diluye la intransigencia.
-La palabra astilla tampoco. Me produce horror.¿Qué te proponés convocando una muerte envenenada?
Smeg suspiró. Los espacios vislumbrados se derrumbaron con arrebatos de lentejuela
oscura.
¿Por qué no seguimos la semana que viene?

14-
Maximiliano logra resarcir con una sutura, los daños prístinos del aurífero cascabel.
-Todo es cuestión de amoldarse al matiz endogámico- le dice a Uvano, que, con la vista perdida en la ensenada, piensa fatalmente en una hermanastra que quizás no existe. La arropa con luces tornasoladas, la convoca para ejecutar una danza fantástica.
Si diez, si tan sólo cinco palabras bastaran para hacerla real, accesible, si con sus dedos manchados de todos los colores pudiera tocarla al menos un instante, y le quedara para siempre el gusto extraño de un beso dado al azar.
Pero instante y siempre son palabras antagónicas que se atacan con fauces ensangrentadas.
Uvano se vuelve hacia su interlocutor y dice basta.



15-
Es, en el pantano, donde reina junto a la ingratitud del musgo.
Recordó haberse revolcado en un jugo de palabras, de breves textos que la generosidad anónima le arrojaba.
En el terreno del gran cactus como el nahualt rejuvenecido de luz y savia, despertó ante el estertor que le provocó el llamado de Smeg.
Sólo la inquietud emocional de ese capítulo de su criatura pudo conmoverlo. Sin embargo, sabe que aún debe permanecer en la penumbra, no hay tiempo que no merezca ser respetado.
Y las epístolas inmaculadamente amparadas y coleccionadas durante oscuros y opacos años....¿se desenterrarían de los pórticos, de las eruditas y ociosas paredes de la ignominia?
Sabía que despertaría a una gran gesta por el laberinto de la voluptuosidad irracional de esos seres que no supieron respetar los hexámetros prosaicos, que hubieran podido salvarlos.
¿Y Elle?

16-
Contra un cielo de jaspe se clavaron las cúpulas desiguales, la mañana en que Xelenis asumió su insomne condición; supo, por el sonido manso de los relinchos, que Clepsidra había abandonado su drama.
Un malestar parecido a la abundancia de bilis le sobrevino al comprender que alguien debía haber descubierto su refugio.
Un mensaje de menta tras la sombra del macilento olivo es inverosímil, sin aceptar la hipótesis de que alguien sabe que el habita el dominio del cocodrilo.

17-
Fatalmente enamorada de los despojos, Clepsidra halló el cuaderno olvidado en una mesa del Barre Café. Muchas hojas habían sido arrancadas. De las que quedaban, la mitad estaba cubierta por palabras tachadas. Clepsidra comprendió todo. Lo atesoró con fervor de salvaje, de heroína, de santa. Eligió la mejor tinta y decidió completar los blancos con sus andadas de abuela adolescente. Pero tanto sus aventuras como el cuaderno eran inagotables.
Cansada, decidió reponerse con una taza de café. Una felinidad de sudores acres se arremolinó bajo su silla cuando el desconocido la tomó de un brazo y la besó. Intentó una bofetada, que supo inútil. El ya la desvestía y la violaba frente al silencio de todos( algunas mesas mas allá, Xelenis y Smeg cambiaban de color, abrían las bocas, casi reían). Desmelenada, semidesnuda, magullada, se encontró sobre la mesa. Un mozo, solícito, se acercó y le preguntó qué quería tomar.


18-
El juego era entre la palabra ufano y su nombre. Una letra cambiaba la dirección de los sueños. Intoxicado de energía, recorrió con sus dedos mancillados el pestillo del acceso imperial. Son rumorosos los tambores que recitan las destituciones.
Hubo un destello. La hermanastra muerta relumbró un instante. Quiso leerla, como a Cassia y a Justina, pero la visión se escurrió hacia velos difusos de frutas muertas.
El verde arreciaba sobre el cuaderno de notas. Pronto sería el destrozo y habría que abandonar las hojas desmelenadas. En sus dedos, papilla de gusanos.
Corrido por las urgencias, se refleja en el cuarto secreto e inquietante, donde las perversiones asolan rincones malolientes. No todos entran al sitio que la pureza transgrede.
Si hubiera podido escribir la carta salvadora, Uvano tendría una hermanastra a quien contarle de sus tazas de café y sus deshoras. Pero el espejo imperfecto (algo de brumosa luna verde latía en aquel marco de madera vieja) se había perdido por las túneles que traza el fuego.
La tinta, para Uvano, se había secado para siempre.



19-
Clepsidra no entra al portal donde se encuentra Al, siente, quizás persuadida por esa palabra, que la furia de la otra mujer era un indicio de que debía arribar en otro momento.
Ecléctica, busca donde refugiarse para olvidar la ciudad con dársenas que ya le es indiferente.
Se saca las lentes para no encandilarse en las tristes pupilas de los gatos y atraviesa la avenida. Pero un sonido de sangre seca le recorre los muslos, una ansiedad de sexo marmóreo le punza heridas, un rayo por fin, le surca el plexo y desencadena el dolor ciego que no deja de aumentar.
Egregia embajadora de una dinastía preclara, llega hasta la Plaza de las Fuentes.
Entonces sí, rompe el collar de cuentas budistas y antes de hacer estrellar las esmeraldas echa las tres maldiciones.
¿Por qué Al no armó los palimpsestos ofrecidos? ¿O los anagramas se repitieron en epítetos húmedos?¡Por qué celos-coles-lesoc-close; por qué celos?
Siente trotar, a lo lejos, quizás; y comienza un llanto silencioso porque la impotencia también le ha manchado la falda.
¿Los caballos ya se alejan?
Se recuesta en el césped: cambia los ojos, se ata en los tobillos una ramita de muérdago para la resurrección. Desea que el sueño le depare a quien elegir como ejecutor de la venganza.
A la madrugada se duerme.
Un suicidio de caireles anuncia la metamorfosis clandestina: ¿quién amanecería cerca de la fuente principal?


20-
La pira de celofán fucsia se materializó frente a Justina. Del fuego salió una mano que le entregó un sobre.
El mensaje contenido decía: “Te nombro taimada albacea del destino. He aquí el plano que te guiará en el cruce del puente. La elección del destino no deja lugar al reproche, es un acto voluntario.
Los derroteros del mapa le recordaron a Justina la forma del anca de un caballo bifronte.
Se encaminó hacia el final.
¿Y desde donde cayó la palabra glicinoso, que la acompañaría en este último tramo?



21-
Rodeada por un tejido de pircas, Elle está claramente aburrida hasta que un estertor casi uraniano logra despertarla.
Ella comprende que han sido evocadas las maldiciones que, entre plumas, alas y barro, tan celosamente guardó con un tono nupcial al que consideró hasta el infinito estado en que se hallaba: las atrincheraría.
Sin embargo, siente el lamento de Quirón.
Entonces nada aprendieron.
Volverían a repetirse como los sones del vals siempre las historias. Qué salvaje sudor de sexos había florecido en Clepsidra. Por qué las valerianas, entre sus ramos, no escondían los sentimientos del gran equino.
La ira plutoniana se presentó ante Elle.
Ella perfumó los aros de esmeraldas, acomodó algunas puntillas.
Cuando se dispuso a esperar, los abedules comenzaron a preocuparse.
No iba a abjurar.
Sentenció:”Está claro, ya no hay poetas”.


22-
Lo importante es tener la cifra.







CABALLO BIFRONTE (EPISODIO 3)

“La Mordedura Tajante tiene éxito.
Así los reyes de antaño afirmaban las leyes
Mediante penalidades claramente establecidas”
El libro de las mutaciones.

1-
Elle despierta como una muñeca desangelada.
La venganza tejió claveles y lanas de colores. Con ungüento de saliva celeste, corrompió las aldabas y las cerraduras. Justina se abrió a los presentimientos y las noches.
En ese poseído cuerpo, cuya sangre se había alborozado de reconocimiento (se mezclaron barajas, cadenas portadoras de gestos con influjos ultraterrenos), armada de látigos invisibles, se encamina al Barre Café.
La puerta cruje, se agitan rumorosas cristalerías, los abalorios tintinean.
Smeg y Xelenis ignoran. Sus cervices se inclinan por el peso de los maleficios. El aire se enrarece de chasquidos.
Las heridas se abren en las calvas brillantes. Surcos de sangre, ojos reventados, comisuras tanteadas por buriles, delicado mancillar de las pieles más sutiles.
Smeg y Xelenis: boquean, transpiran, exudan, lagrimean, padecen lo que no saben.
Cansadas, sobrecogidas de furia, ejecutante y raptada; se alejan por los caminos de espejos.
Una inspiración profunda y Justina, nuevamente dueña de sí, despierta agotada y triste. La desorienta hallarse en un laberinto.
Elle ya navega hacia sus aposentos.
Está claro: volverá una y otra vez, hasta cumplir su cometido.

2-
Cada parpadeo de Elle coincide con un olvido. Los andróginos ven colarse entre sus manos, los recuerdos de danzas y viajes, las extrañas canciones de cuna, el desvarío de la alimentación.
Sobreviene un amoratado letargo. Los palacios son reinos oscuros. Los habitantes, sombras que no saben de prédicas. Los gorriones se estrellan contra un alucinatorio asfalto caliente.
Las letras se desleen.
Las manadas galopan por planicies saturadas de pozos y negras reverberaciones.
La vida se va, tan lejos, con tanta prisa, que ni siquiera es posible tomarla por la larga cabellera.
No, es tarde para los mutantes. Lo han perdido todo. Son dos caminantes sujetos al espacio blanco. Van de la mano por habitaciones vacías. Se desconocen frente a los espejos. Se miran. Una mutua desconfianza se instala frente a ese otro cuya presencia los intranquiliza.
Finalmente, también olvidan qué es mirar.
La ceguera pilotea la deriva.

3-
Tiro de gracia, fuego de virtud, ansia de purificación.
Las llamas lamen el Barre Café.
A Elle le hubiera gustado incendiar la ciudad entera, sacudir toda alucinación, fundar un desnudo páramo.
Pero las cuentas de un collar roto aconsejan mesura. Es innecesaria otra limpieza, otra curación. Lo que arde testifica a favor de los heridos.
Una carpeta olvidada en las mesas de Barre Café, se resiste a la ofrenda. Quiere ignorar los sacrificios. Algo del orden de la inteligencia, de la sagacidad, anida en sus páginas.
Elle, bañada en sangre, chapoteando en el fuego, abre la carpeta. Devora una a una las hojas.
Está claro: el cincel escribe en el interior inmaterial, todos los secretos.
CABALLO BIFRONTE – EPISODIO 4

“El azar es siempre una mano
más segura”
R. Juarroz.

1-
Frente al rincón donde había estado durmiendo Al, Araceli reconoció el lugar pocas veces frecuentado por el dulce amoníaco matinal, sabía que el anodino impulso teñido de ironía era una de las marcas de su sexualidad, dubitativa, amplia, ignota......ella nunca andaría con un nomeolvides por las calles, ni un acónito celeste. Desde el vientre le brotaron joyas de rencor ; entonces reconoció el timbre del furor, las campanadas alegóricas de las maldiciones. Llegaba la hora, sin agua de alhucema para bendecir ni aplacar el espanto con que el paisaje se adaptaba al transformismo de animales y vegetales en otras especies clandestinamente habitantes del alba.
-No es impotable la mano anillada de Elle- pensó Araceli.
La habitación perpetuaba aromas de espliego y semillas de esquizófitas. Quizás eso significaba que debía retirarse porque había perdido a Clepsidra. Cabalgando en el deseo de venganza, abandonó el portal de imágenes satánicas.
Araceli también apostaría a las maldiciones.
La inevitable pérdida del diálogo dorado, enjuto, frágil, la consternó como cuando niña humedecía la lluvia.
¿Acaso sería otra encarnación de Elle ese cactus gigante que con su sombra cobijaba a los potros verdes que depositaban los dioses anónimos?
Recordó la baba helada esparcida alrededor, el estupor de ojos inmóviles, la mácula cutánea, el innombrable tatuaje del sexo, las pobres argucias con que había mediatizado el ridículo, el espantoso amor de toda la descendencia.
Araceli comprendió , entonces, cual era su personaje, su argumento paupérrimo, su sotreta condición rejuvenecida: silbando siempre el mismo pensamiento decidió enterrar tres generaciones y todo estupor periférico.

2-
En esa larga, dilatada y crapulosa noche Al había perdido la clave de los enigmas que creía necesitar para andar.
El lamido amanecer lo encontró en el límite de la aurora, no quedaba más que un brillo diminuto, lejano y mezquino, quizás sin horizonte.
Sentía el zumbido de Elle, el mesurado tintineo de párpados dorados.
Las cifras se habrían completado con sus designios inconclusos.
Los mutantes ausentarán sus siluetas del Barre Café- pensó y quedó destejiendo un plácido destino sin abandonos.
No sentía la incauta aguja de la culpa; sí, una exaltada curiosidad. ¿qué dibujos de runas silentes traerían el ineludible andar casi desconocido?
Los obstáculos cayeron rodeados de nimbo, lo cual interpretó como augurio de espera.


3-
Del líquido resplandor de los espejismos, renace Justina, olvidada ya de sus antiguas mutilaciones, limpia y sahumada de inocentes destellos. Flota entre las nuevas paredes, desconociendo los pasillos de vitrales pardos, abyectos y viscosos.
Danza en busca del brazo que la continúe y halla una madeja de hilos de plata con un tintineo irisdicente.
Ha olvidado a los mutantes que festejaron su sexo y a la oscura magnolia que atrapó Cassia, apenas queda como un insinuado dolor el memorioso aroma de los documentos que debería haber ocultado. Pero ¿cuándo?¿De quién?
En sueños volverán las luces y la marmórea guadaña.....las crines de la censura que lograron escapar, un sonido leve y humillante vuelve a estremecerla.




4-
Aunque durante medio siglo, Elle selló sus supinos, incoloros y exaltados labios, el rugido de los potros la excitó como entonces.
Sintió el comienzo el parpadeo de las hortensias, tímidas y celestes, después supo por la risa voluptuosa de las amatistas que sería el grito final, aquel que no tiene amarras de retorno.
La encandiló el canto lejano de los caballos bifrontes, les otorgó la condición de sus herederos.
El viento anterior le arrebató los años de engaño, el olvido de la eternidad. La euforia le desparramó los documentos de Justina, el error de cometer siempre el mismo rito. Las arañitas volvían a sus vías.
Elle no podía apartarse del espejo que le llevaba los años de silencio, danzaba inmemoriales juegos, ancestrales figuras festejaban su sonido. Elle también se atrevió a relinchar hasta el espasmo que la volvería a las puntillas y la seda.
Claro, “Siempre habrá poetas” sentenció, mientras acomodaba entre las lavandas y los azahares, las posibles gemas a descifrar.







CABALLO BIFRONTE – EPISODIO 5

“Mis ojos contemplan
pero hasta mis ojos pueden equivocarse”
Proverbio chino.

Después nos levantamos.
Tomamos el mismo ómnibus.
Viajamos callados.














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Marcelo J. Valenti - Susana Rozas


























domingo, 16 de agosto de 2009

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